Todos hemos estado en contacto con alguien que ha rechazado el cristianismo principalmente por las acciones poco convincentes o incluso la hipocresía evidente de los cristianos. Mahatma Ghandi dijo, “Me gusta tu Cristo, no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo.” Me duele esa percepción, y debería hacer sentir mal a cualquiera de nosotros que usa el nombre de Cristo y proclama adorarlo.
Al mismo tiempo, si la falta de frutos espirituales en los creyentes aleja a las personas de la Iglesia, lo opuesto también es cierto: una fe contagiosa y auténtica puede ser atractiva e irresistible a los no creyentes.
Un ejemplo de esto es la siguiente historia:
“Una mujer borracha entró el domingo por la noche en nuestra iglesia y fue convertida. El co-pastor de la iglesia fue a visitar a su esposo al día siguiente y vio que era un mecánico muy inteligente, pero opuesto a la religión y muy escéptico. Estaba disgustado por la conversión de su esposa y dijo que no tenía ninguna duda de que ella volvería pronto a su vida antigua.
Seis meses después, este mismo hombre vino a ver al ministro del Evangelio, con gran perplejidad en cuanto a su propia situación espiritual. Dijo: ‘He leído todos los libros sobre las evidencias del cristianismo y he podido resistir sus argumentos, pero en los últimos seis meses he tenido un libro abierto en mi hogar, en la persona de mi esposa, que no puedo refutar. He llegado a la conclusión de que yo debo estar en error, y que ha de haber un poder santo y divino en la religión que puede tomar a una mujer borracha y convertirla en una santa, cantadora, amable, paciente y piadosa, como es ahora mi esposa.’”
¡Gloria a Dios! Verdaderamente “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Jean David Larochelle comenta sobre esta realidad en su libro, Desarrollo Natural de la Fe:
“Ciertamente los mejores libros sobre el cristianismo cuentan las vidas transformadas de los hombres y mujeres que están en comunión con Cristo. Si todos nosotros diéramos nuestro testimonio de las obras que Dios ha hecho en nuestras vidas, otras personas cercanas también tendrían muchas historias sencillas y otras asombrosas acerca del poder de Dios; y, más que eso, si los creyentes o quienes profesamos ser discípulos de Jesús viviéramos vidas íntegras y transformadas, con toda probabilidad habría menos incrédulos” (p. 56).
Quizás la mejor forma de terminar una reflexión como ésta es con la pregunta bien conocida: Si fueras arrestado por ser cristiano, ¿habría suficiente evidencia para condenarte? En otras palabras, ¿dirían tus colegas, parientes, y vecinos que – sin duda alguna – vives como Jesucristo?
uff! qué reflexión…. fuerte, tenemos que examinarnos constantemente si vivimos verdaderamente en Cristo.