Por Emily Armstrong
Aprendí una lección de esperanza hace algunos años de una mujer que tenía 60 años. Un equipo de universitarios, representando a la Iglesia del Nazareno, había terminado una semana de ministerio en la comunidad de la mujer, la cual fue destruida por un deslave. Durante nuestro último día de trabajo, mientras yo estaba sacando una foto del puente recién construido, (a lo cual la comunidad puso el nombre “Puente Nazareno”) ella se acercó a mí y me preguntó por qué decidimos venir a su pueblo. Le respondí que creíamos que Jesús podía hacer una diferencia aun en tiempos de desastre. Ella señaló cuesta abajo y me preguntó qué veía, y respondí: “Nada”. “Eso es porque en ese lugar solía estar la casa de mi hijo, pero el deslave se la llevó, con mi hijo y mis dos nietos atrapados adentro, y no les he visto desde entonces,” ella respondió. “He sido cristiana por mucho tiempo, pero desde ese momento, no he tenido esperanza; sin embargo, ya que su iglesia está aquí y está prestando atención a mí y a mi comunidad, siento que puedo tener esperanza una vez más.”
La esperanza es el sentimiento que está en lo profundo de nuestro ser que nos da la fortaleza y coraje para perseverar.
«Así que hubo en total catorce generaciones desde Abraham hasta David, catorce desde David hasta la deportación a Babilonia, y catorce desde la deportación hasta el Cristo» (Mateo 1:17).

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