Por: Dra. Eunice Zaragoza Leal
“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel…” (Isaías 61:1).
En Isaías 61:1-4, vemos la profecía sobre el Señor Jesús como Mesías y su tarea de libertar al hombre de la aflicción. Cuando pensamos en algunos de los atributos que distinguían a Jesús, no podemos evitar pensar en la COMPASIÓN.
En el ministerio de Jesús podemos ver un nivel de compasión superior. Jesús no sólo se sintió satisfecho con un pequeño acto de bondad, siempre fue más allá, involucrándose con el necesitado, saliendo de la comodidad y hasta metiéndose en aprietos (situaciones complicadas) por ayudar a otros.
Durante su ministerio, Jesús no se enfocó solamente en un área en la vida del ser humano. Siempre buscó transformar la vida de las personas de forma integral para dar una sanidad completa y libertad total. Él priorizó la salud de las personas, devolviéndoles la sanidad a sus cuerpos (Mt. 14:14). Reconoció la necesidad de comida, de forma que alimentó a los hambrientos (Mt. 15:32); pero también se enfocó en la vida espiritual de las personas, llevándoles alimento espiritual que sanara sus almas (Mt. 9:36 y Mc. 6:34).
Su ejemplo nos desafía: ¿Estamos viviendo la compasión al máximo nivel? ¿Estamos amando a nuestro prójimo de tal manera que estamos dispuestos a dejar nuestra comodidad? Inclusive, ¿estamos dispuestos a enfrentar problemas para que otros puedan vivir la plenitud en Cristo de forma integral?
Una de las definiciones de compasión es “sufrir juntos”. Cuando volteamos a nuestro alrededor, encontramos muchas maneras en las que la gente sufre, ya sea por necesidades físicas, materiales, espirituales o emocionales. Y cuando percibimos y entendemos lo que otros sufren, nos lleva a desear aliviar, reducir o eliminar dicho sufrimiento.
Al analizar las problemáticas actuales del mundo – los enfrentamientos políticos o raciales, la violencia, la falta de cuidado del medio ambiente, dificultades económicas – solo podemos concluir que el ser humano necesita a Cristo y la libertad que Él da. En muchas de estas situaciones la llave para que ellos abran sus oídos y corazón a Jesucristo será la compasión. Esto no quiere decir que debemos aprobar todas las posturas de la sociedad o estar de acuerdo con ellas. Pero sí significa que debemos de mirarlos con amor, hablarles con palabras sazonadas con gracia, y tocar sus vidas, tal como lo haría Jesús.
Quiero desafiarte: pide que Dios ponga en ti sus ojos y corazón para que puedas ver a los demás con sus ojos de amor y sentir ese dolor que Él siente al conocer y comprender la necesidad de ellos. Que te muevas a actuar a favor del necesitado y encontrar la manera de disminuir, aliviar o eliminar su sufrimiento. Pide a Dios que haga de la compasión tu estilo de vida diaria. Recuerda, la compasión de Dios es infinita, grande, constante, eterna, manifiesta e incomprensible. Nosotros somos la extensión del amor de Dios en el mundo. Entonces, ¡vivamos la compasión al límite!
*Dra. Eunice Zaragoza Leal ha servido como misionera en Honduras, y actualmente está plantando iglesias y coordinando Ministerios Nazarenos de Compasión en su distrito en México.