Por Mary Karr
Trad. Ariadna Romero
No son los sirvientes incondicionales de barbas erizadas
cargando costales, no son los campesinos arrodillados
entre el barro de los arrozales,
ni los siervos cuyas hoces en forma de cuarto de luna
hacen el trigo caer en olas
que no pueden comer. Mi amiga, una monja
Franciscana, dice que malentendemos
la palabra: “manso” en el versículo Bíblico que los bendice.
Para comprender a los mansos,
dice ella – tenemos que imaginarnos un gran caballo a galope
por el prado que,
a la voz de su amo, se detiene aturdido
pero de inmediato.
Así, con el esfuerzo de mantener la gran potencia
bajo control, los músculos
a lo largo del cuello arqueado aún arremolinado,
y sólo los oídos aterciopelados
erguidos hacia adelante, permanecen esperando la siguiente orden.

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