En la última entrada iniciamos una conversación sobre lo que el pecado de Acán (Josué 7) nos puede decir hoy. En adición a lo expuesto hace dos días, hay otro aspecto sumamente intrigante de esta historia.
Todo el relato de Acán nos produce gran sorpresa a los que vivimos en la cultura occidental. Desde nuestra perspectiva, el hecho de que personas inocentes tengan que pagar por el pecado cometido por otras nos parece totalmente inconcebible. Desde la perspectiva occidental, radicalmente individualista, se nos hace algo totalmente injusto.
No obstante no es así en todas las culturas y no era así en la cultura del Antiguo Testamento. En aquellas culturas imperaba el concepto de la solidaridad corporativa.
La solidaridad corporativa significa que un individuo representa a todo un colectivo y todo ese colectivo está identificado en ese individuo. Desde este punto de vista, todo un colectivo es responsable de las acciones de un único individuo. De ahí que todo Israel fuera responsable por el pecado de Acán aunque no hubiera participado directamente de él; y no solo eso sino que todos sufrieran las consecuencias. Muchas culturas en nuestro planeta continúan funcionando con este principio que hace que el colectivo sea más importante que el individuo.
De todos modos descubrimos en Josué 7 un principio claramente aplicable. Somos un cuerpo, una comunidad, una familia. Esto implica una realidad de interdependencia; cuando uno sufre, todos sufren; cuando uno está gozoso, todos lo están (1 Cor. 12:26).
Como obreros trans-culturales, Acán nos habla de cultura(s) y nuestro rol en entender y apreciarla(s), aun cuando sea(n) muy diferente(s) a la nuestra. Pero tan sólo como cristianos, Acán también nos insta que no vivimos vidas aisladas, sino que «no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros» (Fil. 2:4).
*Agradezco las reflexiones de Félix Ortiz sobre este tema en su libro, Conexión Posmo.
Muy buen Tema, al igual que la entrada anterior.