Algo que a veces nos puede confundir es la elección de Dios. No nos parece justo, ¿verdad? Toda elección exige un proceso de diferenciación y separación. Por ejemplo, Dios escogió a Abel y no a Caín; a Sem y no a Cam y Jafet; a Abraham y no a Nacor o Harán o a Lot. ¿Por qué?
¿Es que Dios prefiere a unos y desecha a otros para el cumplimiento de sus propósitos? No. Dios no desecha a nadie. Sino que, desde nuestro punto de vista, hay dos elementos importantes que entran en juego para la elección divina:
1.- Dios elige y llama por su amor y misericordia.
2.- Pero también elige y llama de acuerdo al carácter que tiene la persona para el cumplimiento de las distintas tareas que hay en el ministerio del reino de los cielos. Ese es un acto de voluntad soberana.
Dios eligió a Israel por amor y por guardar el juramento que hizo a sus padres. ¿Es un gran privilegio no? Sin embargo tal privilegio implicaba responsabilidades y condiciones.
Dios ayudó a Israel en su estructura como nación, en áreas sociales, políticas, económicas, militares y judiciales. Es por eso les dio la carta Magna o Diez Mandamientos. De esta manera, Jehová esperaba lo siguiente:
1.- Que oyera su voz, o sea, que debía obedecer la voluntad de Dios; y…
2.- Que guardara su pacto; es decir, consultar, leer y proclamar los mandamientos de Dios para no olvidarlos jamás.
No es suficiente escuchar la voz de Dios, sino guardar el pacto; es decir, poner en práctica esos mandamientos cada día. Muchos de nosotros como cristianos anhelamos escuchar la voz del Señor, el llamado Suyo. Pero, ¿estamos dispuestos a obedecer dicha voz? ¿Será que no hemos escuchado porque Dios sabe que nuestro corazón no está dispuesto a seguir y obedecerle a Él?
¡Oh Dios, háblanos, llámanos, y también que se haga tu voluntad en nuestras vidas¿ Señor!
Jehová, si nos estas llamando, prepararnos para responder con obediencia y santidad a tu misión.