A Cristo Nadie lo Crucificó
*Una Reflexión Escrita por Rev. Raúl Rojas y Editada por Ariadna Romero
Tengo una pregunta para ti: ¿Qué harías sí Dios te diera la oportunidad de escoger el lugar, la hora, el día y la manera en que quieres morir?
Estoy seguro que algunos contestarían: ¡En ningún lugar, a ninguna hora, ningún día y de ninguna manera! Otros más realistas diríamos: “En un lugar tranquilo, al caer la tarde, en un día domingo – buscando una buena asistencia al funeral – y de ser posible mientras duermo para no darme cuenta”. Bueno, tú posiblemente difieras de mí en los gustos, de todas formas serán simplemente pensamientos pues no tenemos la posibilidad de elegir.
Sin embargo, Jesucristo el hijo de Dios sí escogió la manera en que iba a morir: su corona de espinas, su costado traspasado por una lanza, y su carne desgarrada por el látigo no vinieron a su vida sin que lo supiera, Él los aceptó por amor a ti y a mí.
Ojalá pudiésemos comprender que Jesús no fue una víctima, sino más bien un voluntario para el sacrificio, que no fue apresado contra su voluntad, no fue torturado contra su voluntad, no fue crucificado contra su voluntad, ¡Él todo lo permitió! ¿Se te hacen familiares las frases: «Mi tiempo no ha llegado,» «Yo pongo mi vida, nadie me la quita,» y «Para esto he venido»? Todas ellas salieron de los labios del Maestro, y no solo para poner freno a la premura de los planes de Satanás en «acabar» con la vida de Jesús. También los decía para que entendiéramos que a Él nadie le quitó la vida, sino que la entregó por amor. A Cristo no lo crucificaron… Él se dejó crucificar. ¡Gloria a mi Cristo y mi Señor!
Sigamos Su ejemplo y llevemos a Sus pies voluntariamente todas aquellas cosas y sentimientos que nos estorban para servirle y adorarle como Él espera de nosotros. No sólo le pidamos al Señor que “lo quite de nuestras vidas”. Enfrentemos nuestras debilidades con el valor que nos demostró nuestro Dios en esa cruz. Obedezcamos no por temor o por obligación, sino porque buscamos agradarle con humildad. Traigamos ante el Rey de Reyes y Señor de Señores todo lo que somos y Él nos mostrará lo que podemos llegar a ser bajo Su guía.
¡Haya gratitud en nuestros corazones, pues nunca tendremos con qué pagar semejante demostración de amor y fidelidad!
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