Esta semana de Adviento estamos enfocándonos en la paz que Cristo trae. Pero primero una pregunta: ¿Qué es el opuesto de la paz?
Muchos van a decir que el opuesto de la paz es la guerra. Y entiendo esa perspectiva. Pero no estamos solo hablando de las guerras enormes a nivel de países. Creo que esas guerras son los resultados de algo más profundo: una serie de guerras más pequeñas que quitan la paz de cada individuo de un país o grupo de personas. Nuestras guerras mundiales son el resultado de millones de mini-guerras internas. ¿Por qué pelea un país contra otro? ¿Por qué decide un terrorista construir y explotar una bomba al llegar al lugar sagrado de sus enemigos? Porque no tiene paz. Por que la guerra dentro de él o ellos se manifiesta por fuera con actos colectivos hechos por un grupo de personas con la misma desesperanza.
Y esto me trastorna a mí. Generalmente soy pacífico. No me gusta el conflicto y mucho menos las guerras que oscurecen nuestro mundo. Pero a la vez me encuentro en este tiempo de Adviento sin mucha paz. Sé que Dios nos trae paz y hasta puedo predicar de tal paz. La he experimentado sin duda. No obstante hay algo interior que se levanta en mí – una voz diciendo, «Debes trabajar más y mejor,» «No le caes bien a ese hombre,» «¿Por qué dijiste o hiciste eso a ella? Nunca vas a tener un ministerio eficaz…»
¿De dónde salen estas tonterías? Del enemigo, sin duda, el mismo ladrón que viene para hurtar, matar, y destruir (Jn. 10:10). Por definición un ladrón quita, y a veces permitimos que nos quite la misma paz. Me he encontrado en ocasiones recientes donde estoy con mi familia pero pensando en mi trabajo, donde estoy trabajando, pero pensando en mis pasatiempos, donde estoy descansando solo y siento culpable por no estar ni con mi familia ni trabajando. No he tenido paz. La guerra está en mí.
Este Adviento Dios me está enseñando que puedo descansar en él. Él trae paz entre los países y pueblos que se guerrean. Pero él trae paz al alma inquieto e inseguro también. Permitamos que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde nuestros corazones y pensamientos…¿en quién? En Cristo Jesús (Fil. 4:7).
«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2:14).
Deja un comentario