Por: Scott Armstrong
Lectura: Marcos 7:24-37
Versículo Clave: “Entonces le dijo: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija.” (Marcos 7:29).
2 de Reyes 5 nos dice que Naamán era un soldado valiente y un hombre de influencias. Como comandante del ejército de Aram, viajó a Israel para ser limpiado de su lepra. Esperaba impresionar al profeta Eliseo con regalos a cambio de su curación. Pero no funcionó de esa manera. «Ve, lávate siete veces en el Jordán, y tu carne será restaurada…» (5:10).
El soldado se enfureció. La lepra ya era suficientemente vergonzosa como para además tener que pedir la curación de los odiados israelitas, ¿pero esto? ¡El río Jordán era el más sucio de la región! Y sumergirse siete veces era pura exageración, ¿por qué no podía Eliseo agitar su mano o algo así y terminar con esto?
Naamán terminó siguiendo las instrucciones y, no es de extrañar, se curó. Incluso esas personas y ese río podían traer sanación.
Pero hay un giro en la trama. Los oyentes judíos de esta historia habrían pensado lo contrario: ¿incluso un soldado despreciado de nuestro enemigo Aram fue sanado por Dios? ¡No es justo! ¡No se lo merece!
¿Alguna vez hemos pensado lo mismo? ¡Son de ese país, esa religión, esa etnia!
En nuestro texto, inicialmente la respuesta de Jesús parece injusta y antipática. Sin embargo, la fe audaz de la extranjera resulta convincente. «Aunque la sabiduría predominante diría que eres del lugar equivocado y, por lo tanto, no te lo mereces», parece decir Jesús, «me encantaría aceptar tu solicitud».
¿A quién te sorprendería ver recibir la sanidad y salvación de Dios? ¿Por qué crees que es tan difícil soportar ser testigo de la gracia de Dios dada a ese «otro» grupo? ¿Qué te gustaría que Dios cambiara en ti hoy?
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