Recientemente tuve el privilegio de leer un maravilloso libro pequeño, llamado Abrir la Biblia, escrito por el reconocido monje trapense, Thomas Merton. Sus pensamientos sobre la lectura de la Biblia fueron escritos hace décadas pero continúan siendo conmovedores y relevantes en la actualidad tanto como en su época. Solo para ofrecer un vistazo, compartiré tres citas.
Primero, para todos nosotros quienes nos hemos acercado al texto sagrado buscando sacar una verdad o encontrar qué enseñar o predicar, Merton nos demuestra que estamos perdiendo la profundidad a la que las Escrituras nos invitan a ir:
“La Biblia plantea una pregunta de identidad en una forma en la que ningún otro libro lo hace. Como señala Barth: cuando empiezas a cuestionar a la Biblia te das cuenta que la Biblia también te está cuestionando a ti. Cuando preguntas: ‘¿Qué es este libro?’ te das cuenta que implícitamente también te está preguntando: ‘¿Quién es éste que lo lee?’” (p. 27).
¿Alguna vez has experimentado eso? Si no, tu lectura de la Biblia, lamentablemente, ¡ha sido superficial! Admito que, en mis prisas y mis demandas ministeriales, muchas veces no he tomado tiempo para permitir que la Biblia me lea a mí. Pero solo entonces ¡es cuando sucederá la transformación! De hecho, Merton dice más adelante que cualquier lector de la Biblia se debe preparar para ser transformado drásticamente:
“No podemos entrar a esta dinámica de libertad y comprensión a menos que, leyendo la Biblia, de alguna manera nos volvamos conscientes de que somos problemas para nosotros mismos. La Biblia es un mensaje de reconciliación y unidad, pero para despertarnos a nuestra necesidad de unidad, revela las contradicciones en nosotros y nos hace conscientes de una división fundamental” (p.80).
¡Muchos de nosotros estamos incómodos con esas contradicciones! Queremos que las escrituras nos animen y afirmen, pero cuando nos examinan y reprochan, ¿invitaremos a Dios incluso a esos lugares discordantes?
Merton nos desafía aún más. Muchos de nosotros estaríamos de acuerdo con que se requiere tener una gran fe para aceptar la palabra de Dios sin hacer ninguna objeción. Pero ¿y si el diálogo, e incluso la discusión, entre Dios y nosotros revela un nivel de fe e intimidad más profundo? Les dejo con la siguiente cita:
“Cualquier lectura seria de la Biblia implica un involucramiento personal con ella, no es simplemente un acuerdo mental con proposiciones abstractas. Y el involucramiento es peligroso, porque nos deja abiertos ante conclusiones imprevistas. Por ello es que preferimos permanecer al margen si es posible. En 2 Samuel 12:1-10, leemos cómo David, un hombre de reacciones rápidas y emocionales, escucha la historia de Natán y se involucra tanto hasta el punto de sentir una indignación justa e intensa, y después descubre que el malhechor que lo hace sentir tan enojado ¡es él mismo!
Todos, instintivamente sabemos que es peligroso involucrarnos con la Biblia. El libro nos juzga, o pareciera que lo hace, en términos con los que en un inicio podríamos no estar de acuerdo.
La Biblia en sí misma, en el libro de Job, nos da un ejemplo de desacuerdo saludable. No solo eso, pero a través de todo el Antiguo Testamento en particular encontramos personas (como Abraham) discutiendo con Dios e implícitamente elogiadas por eso. El punto es, entonces, que involucrarse con la Biblia no significa simplemente tomar todo lo que dice sin la mínima queja o dificultad. Significa estar dispuestos a discutir y defendernos, siempre y cuando seamos capaces de admitir cuando estemos equivocados. La Biblia prefiere un desacuerdo honesto en comparación con una sumisión deshonesta.
Una de las verdades básicas presentadas en la Biblia como un todo, no es precisamente que Dios siempre tiene la razón y el hombre siempre está equivocado, sino que Dios y el hombre pueden enfrentarse el uno al otro en un diálogo auténtico: uno que implica “una verdadera reciprocidad entre personas, cada una de las cuales respeta los derechos y libertad de la otra persona” (pp.43-44).
Deja una respuesta