Escrito por: Jon Huckins
A raíz de otro ataque atroz, que toma las vidas de civiles inocentes, el mundo se siente cada vez más inestable. La violencia “allá” no está relegada a los titulares en el otro lado del mundo; está más cerca de nuestras puertas y amenaza con invadir nuestras vidas cotidianas.
A la luz de esta realidad, las conversaciones van desde el café hasta los pasillos del poder político, gritando la necesidad de buscar seguridad por encima de cualquier otra cosa.
Lo entiendo.
Como padre de cuatro niños pequeños, nunca ha habido una temporada en mi vida cuando me he sentido más obligado hacia la seguridad. No puedo empezar a comprender la desorientación y dolor paralizante que vendría si algo dañara a mi familia.
Durante los últimos cinco años, he estado viajando regularmente a zonas de conflicto en el Medio Oriente, pero mientras tengo más niños esperando para que yo regrese a salvo a casa, más difícil se vuelve pisar el avión y hacer una decisión intencional de avanzar para exponerme a mi mismo a la violencia.
En corto, cuando escucho a nuestros candidatos políticos actuales hablar acerca de la importancia primordial de “seguridad”, golpea un acorde y me encuentro tentado a levantarme y aplaudir.
Y DESPUÉS HAGO UNA PAUSA, vuelvo atrás por un momento, me hago preguntas difíciles acerca de dónde viene mi aplauso, y considero mi lealtad con el reino marcado por Aquel que, en lugar de alejarse, avanzó hacia la violencia potencial.
Estoy convencido que mi deseo de aplaudir esto de “seguridad a cualquier costo” retórica y políticamente es una tentación para adorar el ídolo de la seguridad. No es algo que debe ser admirado, es algo que debe ser reconocido, cuestionado, y de lo que uno se debe arrepentir (y apartar). Adorar al ídolo de la seguridad inhibe muy bien nuestra capacidad para adorar a Jesús crucificado y resucitado.
No es que no quiero seguridad para mí, mi familia o el mundo. En realidad quiero eso más que nunca, pero cuando miro esto a través de los ojos del discipulado (seguir a Jesús), aquí hay algunas cuestiones que estoy arrancando hoy:
- El objetivo del terrorismo es infundir miedo. Los políticos usan ese miedo para dar forma a una realidad que avance su agenda. Lo que ellos nos están ofreciendo es nada más que una pseudorealidad que requiere tener el discernimiento de ver a través de la cortina de humo lo que es verdadero. Mi deseo por seguridad es real, pero en realidad, debería estar mucho más preocupado por un accidente automovilístico, una enfermedad crónica o un desastre natural que por el terrorismo. Cuando empiezo a tomar decisiones desde una posición de miedo, no sólo compro una pseudorealidad que está elaborada por juegos del poder político, comienzo a cerrar mis ojos a los caminos nuevos y dinámicos a los que Dios me está llamando a unirme en el mundo que Él está haciendo.
Este artículo continuará en la próxima entrada.
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