Dios con nosotros: el Rey en la casa
Pastor Gerardo Aguilar
Imagine un día en su lugar de residencia – alguien corre con la noticia: ¡Un rey en el vecindario!, vaya suceso! -diría usted-; no suele pasar tal cosa en estos entornos. ¿Quién de tal linaje visitaría una humilde región como la nuestra? o lo que sería menos probable, recibir a un rey en nuestra propia casa.
Con certeza sabemos que no es común que alguien de nobleza sean príncipes, reinas y reyes transiten nuestros barrios o cantones. De ser así, seguro te prepararías para el recibimiento. Después de todo -“No todos los días se recibe a un rey en tu vecindario”-.
Algo similar ocurrió hace más de 2 mil años. Un rey se dispuso a visitarnos en nuestra casa planetaria, el vecindario común de todos los hombres – nuestro mundo – el cual al momento de la excelsa visita se encuentra al borde del colapso moral, de la decadencia humana y de la muerte eterna.
Quien nos visitó no es cualquier rey, sino el Rey Supremo enviado del cielo. Jesucristo estuvo dispuesto como Rey a venir en carne para convivir con nosotros, saber de nuestra experiencia como humanos, y más adelante redimirnos y restaurarnos.
Cuando el ángel Gabriel contó a María el plan de Dios de traer al Mesías a través de su vientre, también le dice que uno de sus nombres sería Emanuel, que traducido es “Dios con nosotros”. No solo es un nombre; es una promesa. Y dicha promesa ha sido una realidad desde entonces teniendo un agregado significativo: “El Señor Jesucristo no vino sólo a manera de visita, sino vino en calidad de residente”. Sí, él vino para quedarse con nosotros. Hebreos 3:6 dice: “Cristo…es fiel como Hijo al frente de la casa de Dios. Y esa casa somos nosotros….” También en Juan 14:23 leemos: “Jesús…dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada”.
Así pues, luego del sacrificio expiatorio en la cruz, la visita de Jesús se transformó en residencia – ya no sólo en un vecindario global, sino en una casa personal – una habitación espiritual, la casa de nuestro propio ser: espíritu, alma y cuerpo.
Recordemos que nadie merece por méritos propios tener a Dios de residente en nuestra vida. Pero en su infinita misericordia, Dios decidió habitar y residir en vasos viles, haciéndonos para Él mismo vasos de honra y llenarnos de su santa presencia.
En esta época de Adviento adoremos a Jesús, el Rey residente. Alcemos nuestras voces en alabanza y exclamación santa. Vivamos en obediencia como ofrendas vivas de gratitud y testifiquemos a todo el mundo que Él es Emanuel, Dios con nosotros. Él es el Rey en la casa. ¡Aleluya!
Deja una respuesta