Esta es la continuación de la entrada anterior escrita por Dan Reiland.
1) Descubre el trasfondo.
Cuando una persona se vuelve difícil, y la situación parece persistir, trata de poner el tema a un lado y llevar la conversación a un nivel más personal.
Llega a lo obvio para descubrir si hay algo más profundo. Mi pregunta favorita es «¿Qué es lo que realmente te molesta aquí?» Es importante hacer esa pregunta de una manera amable y cuidadosa.
Cuando te conectas con el problema real, es mucho más fácil amar y liderar a alguien.
2) Maneja bien tus propias emociones.
Es vital permanecer emocionalmente consciente de ti mismo y en control. Cuando pierdes el control, pierdes.
Esto no significa reprimirse o distanciarse, sino que de las cosas que aparecen en la lista del fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, amabilidad, tolerancia, bondad, fidelidad, mansedumbre, ¡el dominio propio está incluido! (Gálatas 5:22)
Cuando te enfadas, pierdes tu liderazgo.
No puedes impedir que alguien “presione tus botones”, pero no tienes que bajar a su nivel.
Aquí está un plan práctico para cuando una persona difícil esté desequilibrándote.
- Cuenta hasta 5.
- Baja el volumen.
- Siéntate en tu silla.
- Habla deliberadamente.
- Pide tiempo de espera, si es necesario.
A largo plazo, los impulsivos nunca ganan la carrera.
3) Establece términos y límites.
Hasta ahora, he enfatizado nuestro enfoque con personas difíciles. Cómo manejamos nuestro corazón, pensamientos y emociones.
Pero algunas personas son simplemente difíciles casi todo el tiempo. No queremos estar cerca de ellos, y puede ser difícil amarlos.
Los términos y los límites son saludables y necesarios. Aquí están los límites que uso.
Mi primer límite es el respeto. La persona puede estar en desacuerdo conmigo y expresar su insatisfacción con mi liderazgo, pero debe ser respetuoso.
Mi segundo límite es la alineación. Necesitamos ponernos de acuerdo sobre la misión general y dirigirnos en la misma dirección. No puede llegar a ser todo acerca de su agenda personal.
Mi tercer límite es el progreso. Las conversaciones difíciles son parte del liderazgo, y no es raro quedarse atrapado por un tiempo. ¡Pero necesitamos progresar pronto!
4) Comunica expectativas claras.
Establecer claras expectativas es vital para trabajar con una persona difícil.
Piensa en lo que se necesita para una relación sana, para progresar en el ministerio y deja eso claro.
5) Llévalos a un terreno más elevado.
Esta es tu oportunidad para alentar e inspirar.
No se trata de vender y ganar, no se trata de cerrar un trato como si estuvieras en oferta.
¡Ayúdalos a verse a sí mismos y a la situación de manera distinta y para su bienestar!
• Establece un terreno en común.
• Comunica su valor. Afirma a la persona.
• Apunta hacia la visión más grande.
• Adviérteles de las consecuencias de continuar en el mismo camino.
6) Elije tus batallas.
A veces la gente llamará a tu puerta con la intención de «tener una pelea.» Y a veces la situación aumenta al nivel de una batalla.
Siempre pregúntate, ¿es necesario pelear esta batalla? A veces es importante dejarla de lado para escalar una montaña más alta.
7) Enfócate en las soluciones.
La resolución de algún tipo es necesaria.
Las soluciones productivas son las mejores.
Lo peor es dejar una situación que es un desastre. Alguien tiene que limpiarlo. Si no lo haces, alguien más debe hacerlo.
Dos preguntas cruciales que ayudan a aportar discernimiento y resolución:
• ¿Qué te gustaría que yo hiciera de manera diferente?
• ¿Qué deseas?
Cuando sabes lo que la persona quiere, puedes ser claro acerca de si serás o no capaz de acceder. Al final, a veces tienes que decir no y mantener tu terreno. Y a veces debes quitar a la persona del liderazgo.
Siempre habrá personas difíciles a quienes serás responsable de liderar. Definitivamente: ¡La forma en que los lideras puede cambiarte, puede cambiarlos a ellos y también a la iglesia!
Deja una respuesta