Por Scott Armstrong
Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Luego volvió adonde estaban sus discípulos y los encontró dormidos. «¿No pudieron mantenerse despiertos conmigo ni una hora? —le dijo a Pedro—. Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil». Por segunda vez se retiró y oró: «Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este trago amargo, hágase tu voluntad» Mateo 26:39-42 (NVI).
¿Cuántos de nosotros nos hemos quejado por no saber cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas? Muchas veces estamos conscientes de lo que Él quiere, pero en realidad luchamos para llevarlo a cabo. Sé que debo alcanzar a mis amigos en la escuela, pero abrir mi boca y empezar una conversación acerca de Dios o la iglesia, es difícil. Sé que Dios quiere que pase tiempo con Él cada día, entonces ¿por qué mi tiempo devocional es tan inconsistente?
Buenas noticias: incluso Jesús luchó para hacer la voluntad de Dios. Mateo 26 nos recuerda el verdadero conflicto de Jesucristo antes de ir a la cruz. Él ya conoce la voluntad de su Padre, pero está luchando con lo que eso significa para Él. Significa sufrimiento. Significa tortura, escarnio y vergüenza. Significa muerte. Y en lugar de permanecer firme y tranquilo aceptando su destino como lo hiciera un falso superhéroe, Él se postra sobre su rostro angustiado, mientras suplica al Padre que encuentre otra manera de hacerlo.
Pero su lucha es heroica. Jesús no está acobardado buscando una ventanilla de escape. Él no está debatiendo entre si debe hacer o no la voluntad de Dios. Al contrario, Él está luchando con el PORQUÉ, ¿por qué la voluntad de Dios tiene que ser completada de forma tan cruel? Y en medio de su agonía, con determinación ora, “¡Que no sea lo que yo quiero! ¡Que se haga lo que quieres Tú! Aunque esto no tenga sentido para mí. ¡Aunque eso signifique un terrible sufrimiento! Pero, si esta es tu voluntad, estoy plenamente comprometido a cumplirla.”
¿Puedes decir la misma cosa? Comparar algunas de nuestras decisiones con la decisión de Jesús de ir a la cruz, parece extraño. Pero ¿y si buscáramos la voluntad de Dios en cada decisión con la misma fuerte actitud que tuvo Jesús? “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
¿Con qué estás luchando hoy? ¿Y si la voluntad de Dios no coincide con lo que tú quieres? Que siempre proclamemos con todo lo que somos (quizá con lágrimas o luchando), “Padre, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Deja una respuesta