Todos Gritando: ¡la Victoria es de Dios!

Por Ramcely Cózar Castro

Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante del trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en la mano. Gritaban con voz potente: la victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.” Apocalipsis 7:9-10

Este es un hermoso pasaje en el que queda claro que es Dios mismo quien ha puesto todo su interés en que el mundo entero sea salvo.

Cuando leemos estos versículos es inevitable pensar que Dios mira a la humanidad como un solo pueblo, sin fronteras, sin divisiones políticas ni culturales, pero respetando y gozándose de la diversidad, de esa gama inmensa de colores de piel, de expresiones lingüísticas y culturales propias de la creatividad dada por Dios al hombre.

Juan 3:16, un pasaje ampliamente utilizado en la evangelización, menciona que “de tal manera amó Dios al mundo…” Esta última palabra no se refiere solo a un pueblo, sino al mundo entero con todas sus peculiaridades: a cada nación, a cada raza, a cada pueblo y a cada lengua. Dios dio a su único Hijo, a Jesucristo mismo, como un solo sacrificio para todos, porque todos tenemos el mismo valor. “…Para que todo aquel que en Él cree tenga la vida eterna”: a todos nos da la posibilidad de ser salvos, de llegar al Padre.

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La visión de este pasaje en Apocalipsis habla de que todas las naciones estarán delante del trono, frente al Cordero, unificados por unas ropas, que representan la obra redentora de Dios en ellos.  Y todos, sin importar sus contextos, le estarán alabando. El Señor no modifica lo que son.  A cada uno lo ha tomado como es, con sus características propias, gritando a una voz: ¡la victoria es de Dios!, reconociéndolo como único Señor Soberano.

En una ocasión tuve la oportunidad de organizar un campamento de jóvenes donde dos de ellos eran sordos de nacimiento. Aun siendo maestra de educación especial, yo no manejaba una lengua de señas tan fluida que me permitiera evangelizarlos. Me comunicaba de forma muy básica, más apoyada en expresiones paralingüísticas.  En medio del bosque, a las afueras de la Ciudad de México, comencé a predicar un mensaje evangelizador con la fogata alumbrando una noche muy oscura. ¡Pero había olvidado a estos dos jóvenes! Prediqué sin señas, sin apoyos visuales y de pronto la presencia del Señor vino a ese lugar. Uno de esos dos jóvenes fue tocado de tal forma por el Espíritu Santo que entregó su vida a Cristo. Por supuesto no fueron mis palabras ni mis recursos: fue Dios mismo hablando a su vida y rompiendo barreras culturales, lingüísticas y físicas. Él obró, como lo ha hecho y seguirá haciendo en cada rincón de este planeta a través de sus siervos.  Seamos los instrumentos para que más y más personas sean parte de ese coro celestial que a una voz gritan: “La victoria es de Dios.”

*Ramcely Cózar es pastora de la Iglesia del Nazareno La Olímpica en Naucalpan, Ciudad de México.

 

 

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