Por: Marlene Valadez
En una ocasión nos visitaron varios jóvenes de diferentes ciudades durante algunos días para apoyarnos en una Máxima Misión, que es un tiempo donde se ofrecen diversos servicios a la comunidad como atención médica, talleres para padres, etc.
Un día mientras estábamos en el parque de la colonia donde se atendían a las personas, se acercó una mujer pidiendo ayuda médica. Llevaba varios meses viviendo en la calle y durmiendo en el kiosco de dicho parque. A principios de año había salido de un centro de rehabilitación y ahora se dedicaba a la recolección de botellas de plástico para venderlas en las recicladoras. Después de descubrir todo esto, se le proporcionó medicamento, oramos por ella y le compartimos de Cristo, dejándole un folleto evangelístico. También algunos de los jóvenes se acercaron para platicar con ella.
Nos contó que su nombre era Carmen y, con gran necesidad de ser escuchada, hablaba de la historia de su vida. Cuando llegó el momento de partir, Carmen insistía en que no nos fuéramos. Así que la llevamos con nosotros a la casa donde nos alojábamos para ofrecerle alimentos. Luego de comer, se retiró muy agradecida al kiosco al que llamaba “su hogar”.
Sin embargo, días después la volvimos a encontrar en la calle con su carrito donde carga sus botellas y su fiel perrito. La saludamos gustosamente, pero para nuestra sorpresa, Carmen se alteró con nuestra presencia y comenzó a acusarnos de ir en contra del catolicismo, entre otros reclamos, y así cada vez que nos la encontrábamos se mostraba a la defensiva. No obstante, siempre la saludábamos y la escuchábamos y fue así como poco a poco su actitud volvió a ser más amigable.
Un domingo por la mañana, mientras nos preparamos para iniciar con el servicio de adoración que teníamos en la casa, una joven que asistía al culto llegó con Carmen, ¡quien ahora decía que su nombre real era Citlalli! Así Carmen/Citlalli domingo tras domingo llegaba al servicio desde muy temprano. Le brindamos un espacio para guardar sus cosas personales y para bañarse, así como alimentos. Fue grandioso ver cómo Citlalli crecía en su amor a Dios. A pesar de que no saber leer y no entender algunas cosas, ella siempre aprovechaba para testificar sobre su transformación, de cómo Dios la había liberado del alcohol y cómo había encontrado en nosotras un apoyo para salir adelante.
¡Citlalli no sólo se bautizó, también se convirtió en el miembro más fiel de la congregación! Es un gran ejemplo de constancia a pesar de sus limitaciones. Después de una vida de marginación pudo encontrar el gran valor que tiene en Cristo, y ahora tiene una nueva familia en Dios.
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