En esta semana estaremos compartiendo tres reflexiones de los participantes de diferentes proyectos misioneros que se han llevado a cabo en México, bajo el liderazgo de Claudia Cruz, coordinadora de Misión Global de esta área. La idea es que puedas percibir de lo mucho que han podido aprender y experimentar los participantes en estas experiencias, pero también que te animes a involucrarte durante tus vacaciones. ¡Busca la oportunidad!

Mi nombre es Maximiliano Pimentel, soy de Chiapas, México. Tengo 21 años y actualmente estudio una licenciatura en ingeniería civil. Decidí participar en Jóvenes en Misión porque necesito aprender muchas cosas y, eventos como éste, permiten obtener experiencia. Desde hace un tiempo he estado pensando en cómo los nazarenos y quizá los cristianos hemos estado compartiendo el evangelio. He comprendido a lo largo de ese tiempo algunas cosas que aceptamos como datos o hechos verosímiles, pero que no nos tomamos el tiempo para pensar en ellas y evaluar mediante la Palabra si es verdadero o no. Muchas de esas evaluaciones han dejado pensamientos que, a mi mente, son difíciles de expresar. Sin embargo, también durante el proyecto de Jóvenes en Misión he recordado algo que siempre nos enseñan: que Dios es quien obra y no nosotros.
Durante un discipulado, salieron a relucir algunos de esos pensamientos que yo considero complejos. Me sentí un poco confuso, pues mientras los explicaba sentía que no estaba siendo muy claro y, por lo tanto, creí que la mujer -a quien discipulaba- no entendía lo que yo decía. Sucedió en un discipulado que la mujer comentó las muchas ocasiones que otras personas habían llegado a su hogar a hablar sobre religión. Cuando comentó sobre nosotros, ella dijo que a diferencia de las otras personas nos había comprendido muy bien. Gloria a Dios por ello, porque Él tiene cuidado de quienes no lo conocen. No obstante, aunque Dios obra en la vida de las personas, hay muchas enseñanzas que quizá tienen una buena intención, pero que están mal enfocadas. Todas las personas visitadas nos decían muy apenadas que irían a la iglesia. ¿Qué hay de malo en eso? En qué están confiando las personas.
Como iglesia, parece que estamos tratando de llenar una construcción, poniendo tanto énfasis en que las personas asistan al templo, en vez de invitar a las personas a una relación con Jesús. Mientras conversas con las personas puedes darte cuenta de que hay muchas ideas en ellas, que tienen como un collage de ideas que personas de diferentes denominaciones han puesto en ellas. Me azora un poco la enseñanza de que Dios puede resolver tus problemas y puede bendecirte, evidentemente Él tiene el poder para hacerlo, pero no debemos presentar eso como lo más importante que Jesús puede hacer por una persona. Eso es como hacer que las personas pongan su vista en las cosas terrenales y no en las celestiales.
Otra persona dijo: “en esa iglesia piden muchos requisitos” refiriéndose a lo que tenía o no que hacer. Al escuchar cosas como esas, no puedo dejar de pensar en los fariseos, poniendo tanto énfasis en las reglas, en cuidar cosas externas y descuidando el corazón. Es más fácil enfocarse en lo visible y es probable que hasta huyamos de lo invisible y por eso también enseñemos lo mismo.
Debemos empezar a predicar y compartir lo que la Palabra de Dios nos dice, no lo que hemos escuchado, pues muchas veces puede sonar dulce al oído pero quizá estemos llevando un mal mensaje. Tenemos la responsabilidad como iglesia de hacer discípulos, como Jesús dijo, enseñándoles todas las cosas que les he mandado, no cosas que nosotros creemos que son buenas. Cambiemos la cantidad de personas que están en el templo por personas que tienen una relación dinámica con Cristo; las bendiciones terrenales y solución de problemas por la salvación que gracias a Jesús podemos tener; la ley por la gracia. Son cosas que todos sabemos pero tenemos problemas al enfocarnos en eso. Seamos como odres nuevos aptos para recibir el vino nuevo.
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