Mirando Hacia la Cruz

Por Raphael Rosado

Los seres humanos pasamos gran parte de nuestra vida preparándonos para el futuro. Por ejemplo, algo tan sencillo como viajar de un lugar a otro requiere cumplir con ciertos requisitos.  Hay que darle mantenimiento al vehículo, poner gasolina, programar el GPS, hacer la maleta y reservar el hotel.  Como dice el viejo refrán, si no sabemos exactamente dónde termina el viaje es mejor no emprenderlo. 

La planificación es importante, y al final es lo que le da valor y significado a nuestros logros.  Una persona que se gana la lotería puede tener suerte, pero no es merecedora de lo que se ganó.  No puede decir que su premio es el producto de un plan o de su esfuerzo.  Suerte y mérito son conceptos incompatibles.

Más aun, la preparación es la muestra fehaciente de que algo nos importa, de que lo amamos.  Es un “cliché cultural” que en las relaciones de pareja las mujeres se quejan de que los hombres no ponen suficiente preparación en las fechas especiales.  Más de una vez, he escuchado a la heroína de la serie de moda decir, “no es el regalo lo que me hace feliz, sino el pensamiento que contiene.” La alegría que produce el regalo proviene de la preparación y el esfuerzo que costó.    

Dios es un planificador por excelencia y Él siempre está preparado.  Dios no le deja nada al azar.  Todo lo que Él hace es el resultado de su propósito eterno.  Para confirmar este hecho, no hay más que mirar a la cruz.

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Dios comenzó a preparar la solución final al pecado desde el mismo día que el hombre pecó.  Cuando Dios llamó a Abraham, miraba a la cruz. Cuando le dio la ley al pueblo de Israel, pensaba en la cruz.  Cuando le mostró su gloria a Isaías, ya Dios tenía en mente al siervo sufriente.  Cada detalle del Antiguo Testamento mira hacia Jesús y hacia la cruz.  Cada tentación, cada cuestionamiento, cada problema al que Jesús se enfrentó en su vida en la tierra, lo preparó para la cruz.  El Calvario no fue un accidente. El mérito del sacrificio de Jesús consiste precisamente en que fue el plan de Dios para salvarnos y mostrarnos su amor.

De eso exactamente trata la época de Cuaresma, de prepararnos para hacer memoria de lo que Jesús hizo por nosotros.  Cada renuncia, cada buena obra, cada ayuno que realizamos en esta época debe tener un plan específico: prepararnos para encontrarnos con Jesús en la cruz.  Sin ese propósito nuestras obras – por buenas que sean – carecen de significado.  Te invito a que utilices estos últimos días de Cuaresma como preparación para encontrarte con Jesús en el Calvario.

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