Pastor Gerardo Aguilar
De niños jugando a las escondidillas pasamos momentos dulcemente tensos. Era un desafío buscar el mejor lugar posible y guardar silencio con un aguante tremendo de risa nerviosa sin que te descubrieran. ¡Nadie quiere ser encontrado! – Por gracia, no todo en la vida es juegos, sino también realidades.
Hablando de querer encontrar a alguien, recordamos a las mujeres piadosas que fueron a buscar a Jesús a la tumba donde le habían puesto después de ser crucificado y muerto en la cruz. Ellas esperaban encontrarle para poner perfumes y especies aromáticas según la costumbre de su cultura.
El corazón de aquellas mujeres tenía cierta fe y duda al mismo tiempo, pues se preguntaban entre sí quién les movería la enorme roca que cubría la entrada al sepulcro. Sin tiempo de contestarse la pregunta, –de repente– observaron la roca movida y a un ángel del Señor sobre ella que les habló y dijo: ¿porque buscáis entre los muertos al que vive? –Jesús–¡No está aquí, pues ha resucitado!
–¡¿No está aquí?! ¡Ha resucitado!
Vaya aseveraciones de aquel personaje celestial! –En nuestros días quizá hubiéramos respondido: –¿Estás hablando en serio?–, –¿Alguien podría ponerme eso por escrito?–, o –¿Puedes hablarlo bajo declaración jurada ante la ley?–.
No es fácil recibir tan gloriosa y también tan desconcertante noticia, luego de haber visto al Maestro en sufrimiento y cruel muerte en el madero. Nadie creería eso a menos que, el poco de fe que mantenían como un leve ardor en el corazón, se haya convertido luego en una antorcha interna de gozo y confianza, que trajo a la memoria las mismísimas palabras de Jesús cuando les decía: “el Hijo del Hombre será entregado…y le condenarán a muerte;…para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” –¡Ahora todo tiene sentido!…¡Ha resucitado!
Las tumbas de los llamados profetas e iluminados, de las religiones del mundo, contienen los restos de esos hombres. –Todos murieron como cualquier humano–. Algunos son considerados como dioses, sin embargo no lo son pues en el último y agónico “round” de sus vidas la muerte les venció sin escollo.
Pero nuestro Señor Jesucristo en un encuentro cara a cara con la muerte, le venció y resucitó al tercer día, significando así “la muerte de la misma muerte”, y por ello también el apóstol Pablo testificó con poder diciendo: ¿Dónde está oh muerte tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro tu victoria? –¡Sorbida es la muerte en victoria!–.
Para nosotros hoy en día, traer a la memoria la victoria de Jesús sobre la muerte es algo que debe aumentar nuestra fe y confianza hasta lo sumo. De hecho la Resurrección de Cristo es el evento que le da sentido y esperanza a nuestra fe. Al adorar a un Cristo vivo, el mismo Espíritu que le levantó de los muertos también nos sostiene en Sus Promesas y Palabras de poder que alimentan el alma cada día. ¡Jesús ha resucitado!
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