En una colonia de la ciudad, dos misioneras iban evangelizando de casa en casa, tocando puertas para presentar el evangelio a través del “Libro Sin Palabras.” Tocaron insistentemente en una puerta, pero nadie les abría. Cuando estaban a punto de retirarse, una mujer de unos 40 años se asomó por una pequeña ventana, ellas le dijeron el motivo de su visita. Aunque no había frío, la mujer vestía un abrigo, se mostraba nerviosa e inquieta, y se movía de un lugar a otro. Ella les dijo a las misioneras que no las podía recibir porque estaba esperando a una psicóloga quien le daría una terapia. Las misioneras le pidieron solo diezz minutos para contarle una historia de la Biblia y ella se los permitió, así le guiaron a aceptar a Cristo como su Salvador.
En el momento de la oración la mujer se quebrantó, luego les contó a las misioneras que cuando ellas oraron, empezó a sudar y a sentir mucho calor y descanso. Después de darle algunos consejos ellas se retiraron, prometiéndole regresar al día siguiente para darle una clase de discipulado. Cuando regresaron ella les compartió lo que había sentido el día anterior, por temor quiso cancelar la cita con las misioneras, pero al no lograr tener contacto con ellas, pensó que debía ser importante que las recibiera de nuevo, así que las estaba esperando muy entusiasmada.
Comenzó el discipulado y al final nuevamente las misioneras oraron por ella, pero esta vez el Espíritu Santo comenzó a ministrarle de una manera muy hermosa, haciendo un gran milagro de cambio en su vida. Al regresar las misioneras por tercera vez, fue sorprendente lo que encontraron, la apariencia de la mujer había cambiado, estaba muy bien arreglada, su casa limpia y ordenada. Les compartió que por diez años ella había padecido depresión y ansiedad, y que hacía ocho años que no salía mas allá de la puerta de su casa. Les dijo que ella guardaba muchos resentimientos en su corazón, contra personas que le habían herido, y hasta había pensado en quitarse la vida para dejar de sufrir. Pero aquel día en que las misioneras le hablaron de Jesús y que oraron por ella, sintió un calor extraño que invadió su cuerpo, y que le quitó un peso de encima, empezó a sentir gozo y contó la noticia a sus padres y hermanos, quienes quedaron desconcertados al escucharla.
Después de leer la Biblia las misioneras volvieron a orar por ella. Esta vez la mujer se soltó en llanto pidiendo la sanidad de Dios para su vida. Las misioneras se despidieron prometiendo regresar nuevamente. En la cuarta visita la mujer estaba muy gozosa, les contó que por primera vez en ocho años había salido de su casa junto con su esposo, fueron a la plaza principal. Les dijo que ella estaba asombrada del gozo que sentía, sin tener necesidad de tomar más medicamentos, o de encierros en el psiquiatra, ni terapias de la psicóloga; quien por cierto nunca llegó a la cita.
Las misioneras estaban muy gozosas de ver el cambio tan rápido y tan radical. Cuando se disponían a orar nuevamente, ella les pidió que esperaran un momento. Salió corriendo a la casa contigua a llamar a sus padres, esposo y hermanos para que también fueran parte de la oración. Los familiares vinieron y dijeron a las misioneras que no podían explicar lo que estaban viendo en la vida de ella. Dijeron que ellos eran religiosos, miembros de la iglesia principal del pueblo, pero que estaban asombrados por el cambio en su familiar. Pidieron a las misioneras que oraran también por ellos y por otros familiares ausentes. Ellas oraron por todos, y les prometieron que continuarán compartiendo con esta familia acerca de quien es Jesús. Estas misioneras son hermanas de una Iglesia del Nazareno local y nunca habían hablado a alguien de Jesús.
¡Bendito sea Dios!
Con información del Rev. Manuel Molina.
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