Pastor Gerardo Aguilar
Cuando era estudiante miraba algunos jóvenes cristianos con su Biblia en el colegio. Yo asistía a un grupo de jóvenes en la iglesia local pero no me identificaba como cristiano en ninguna parte. Cierto día una circunstancia insinuó que yo también era un cristiano, y surgió una pregunta que me dejó paralizado por unos segundos: –¿Tú eres un cristiano?–, jamás tuve habilidad para pensar y responder tan rápido y dije: “No, yo sólo voy a la iglesia de vez en cuando…pero nada más”
Les mentí a todos, excepto a mí mismo. La pregunta fue tan poderosa que sacó a luz la realidad de mi vida: no era un cristiano aun creyendo serlo. Era solo un tipo de simpatizante frecuente de Dios y de su Iglesia. Años después todo cambió y ahora soy un verdadero seguidor de Cristo.
Un privilegio de los discípulos y seguidores de Jesús en su ministerio fue ver con ojos propios y saber de primera fuente los milagros y las sorprendentes manifestaciones de su poder:
–“Haber visto viva y charlando en la mesa a la joven hija de Jairo después de estar enferma y muerta.”
–“Percibir el tremendo hedor por la descomposición de 4 días del cuerpo de Lázaro, y momentos después verlo salir de la tumba caminando entre los vivientes.”
–“Escuchar las exclamaciones de asombro del ciego de nacimiento que Jesús sanó con un poco de barro hecho de tierra y saliva –¡¿Cuántas cosas maravillosas estaría viendo ese hombre?! ¡¿Cómo te cambia la vida en un instante?!”
Muchos fueron testigos de los milagros de Jesús y sus enseñanzas del Reino de Dios, lo que le diferenciaba de cualquiera de los profetas, maestros y líderes religiosos, algo jamás antes visto. Jesús enseñaba con revelación, sabiduría y autoridad. La gente reconocía esa diferencia y más adelante en Jerusalén muchos lo aclamaron diciendo: “¡¡Hosanna!!, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”
En Mateo capítulo 16, leemos que Jesús tiene una conversación inusual con los discípulos. Mientras caminaban Él les hace la siguiente pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” –La respuesta es fácil, había que indicar lo que decían otras personas y pronto dijeron: “Unos (dicen que eres), Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.”
Luego Jesús hace una segunda pregunta, –directa y personal: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?– ¡Imagino el rostro de los discípulos tratando de buscar entre ellos quién tenía la respuesta a semejante interrogante! Es una pregunta que no puede ser contestada por nadie, solo por aquellos a quienes va dirigida. Es una pregunta poderosa.
Al igual que la pregunta de mis amigos de colegio confrontándome si era un cristiano, también la pregunta de Jesús dejó congelados a los discípulos. Luego del silencio mezclado de confusión e incredulidad, ya el Espíritu Santo había hablado al corazón de uno de ellos, el de Pedro, quien con convicción y reverencia responde al Señor diciendo: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!
2,000 años después, el dilema no ha cambiado. Hoy puedes creer en Jesús sólo como un profeta, un maestro espiritual o un líder histórico; en otras palabras: –“lo que dice el resto de la gente”–. Crees que es el verdadero Hijo de Dios o simplemente no lo crees. Cualquier elección a tomar es una decisión en tu vida. Dios espera tomes la única decisión que podrá darte lo que tanto buscas y que puede saciar tu ser de paz, amor y gozo –Dios envió a su Hijo para salvarte y recibirte por fe como un hijo espiritual en Jesús si le recibes en tu corazón–.
Amigo mío, nadie vive y deja este mundo sin contestar a esta pregunta que Jesús hace: –¿Quién decís que soy yo? Vayas donde vayas, el Señor te seguirá hasta encontrarte. –De una vez–, déjate encontrar y decídete por Jesús hoy. Únete a los miles de millones que ya lo hicimos. ¡Amén!
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