Por Raphael Rosado
La capacidad de adaptarse es una de las cosas más maravillosas de la humanidad. Piénsalo por un segundo, los seres humanos nos hemos adaptado como especie a los climas más dispares: desde el frío de los polos hasta el calor del trópico, desde las costas hasta las praderas, desde los bosques hasta los desiertos. Nuestra capacidad para ajustarnos a nuestro medio ambiente es la clave de nuestra supervivencia y la razón por la que hemos dominado el planeta. Desafortunadamente, lo que hacemos tan fácil como especie se nos hace muy difícil a nivel individual.
En Daniel 1:8 la Biblia nos relata que Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la comida del rey. Hemos escuchado cientos de mensajes sobre esta porción enfatizando la necesidad de mantenernos inflexibles en nuestra fe. Sin embargo esta visión de la porción está incompleta porque falla en entender la historia de Daniel. Daniel como miembro de la realeza judía tenía un buen plan. Su futuro se veía claro: ocupar una posición en el gobierno judío y servir a su país y a Dios. Ese plan fue completamente destruido con la deportación a Babilonia.
Es cierto que Daniel se mantuvo firme en sus convicciones. Pero no es menos cierto que él se adaptó a la sociedad Babilónica. Le cambiaron su nombre; aprendió un nuevo idioma, nuevas costumbres y una nueva forma de vestir; aprendió un nuevo oficio y a trabajar en un nuevo contexto. Si Daniel se hubiera empecinado en hacer todo de acuerdo al plan original, hubiese terminado en el último calabozo del palacio. Su capacidad para adaptarse a la nueva realidad y utilizar la estrategia correcta, le permitió llegar a ser una de las personas más influyentes de su época.
Aun el Dios inmutable viendo la condición humana también decidió adaptarse. Filipenses 2:5-6 nos dice que Jesús, siendo Dios, no se aferró a su divinidad, sino que se adaptó, convirtiéndose en uno de nosotros para poder influenciar nuestras vidas a través de la cruz. (Paráfrasis del autor).
En esta Cuaresma quiero que reflexiones sobre cómo el Dios de la eternidad estuvo dispuesto a adaptarse a nuestra condición para poder salvarnos. Si queremos influenciar a otros, debemos adaptarnos a ellos, tal como Dios se adaptó a nosotros.
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